lunes, 2 de diciembre de 2013

La “integración progresista” como 

neutralizadora de la “Patria Grande”


Es paradójico ver que sectores políticos llegados al poder con el ideal de construir la “Patria Grande” en la mochila, hayan sido los que mayores esfuerzos hicieron para destruir cualquier atisbo de unión regional o continental.
Con la caída de los políticos que bautizaron al Mercado Común del Sur (Fernando Collor, de Brasil, Carlos Menem, de Argentina, Andrés Rodríguez, de Paraguay, y Luis Alberto Lacalle de Uruguay)- con el acrónimo de “Mercosur”, llegaron en sustitución de aquéllos, gobiernos de diferente signo ideológico y políticos vestidos con trajes de “superhéroes integradores” que prometían solucionar el tema si se cambiaba el talante del acuerdo.
La nueva verdad revelada era que un acuerdo de integración tal debía dejar de lado la engorrosa discusión económica, y abordar de lleno la agenda política.
En la agenda progresista, lo único importante era la integración política.
Y ahí fue cuando cobró nuevo brío la vieja denominación de “Patria Grande”, un término creado por el político argentino Manuel Ugarte en un libro que publicó en 1922 (“La Patria Grande”, ed. Barcelona) en el que defendió como tesis central, la pertenencia común de las naciones latinoamericanas a una unidad política ideal entre los diferentes países del continente.
Ugarte, que había roto con el Partido Socialista de Argentina en 1909 y reingresado a instancias de Ernesto Palacios en 1935, al año siguiente terminó expulsado por diferencias insalvables con el internacionalismo revolucionario y en 1946 adhirió al peronismo, de cuyo gobierno fue diplomático hasta casi el final de sus días, en diciembre de 1951.
Manuel Ugarte
Por el sentido ecuménico del término, la idea de “Patria Grande” nació asociada a la siembra política los libertadores de la independencia hispanoamericana, como San Martín y Simón Bolívar, entre los principales, sin olvidar a José Artigas, a quien Ugarte reivindicó como prohombre de aquella Patria del Ideal, en una visita que hiciera a Montevideo, en 1912.
Su concepto de “Patria Grande” luego echó raíces en el nacionalismo revisionista argentino y fertilizó en el humus del peronismo, donde la idea cobró brío, y se convirtió en un comodín ideológico que contaminó circuitos nacionalistas de otras latitudes del continente, bajo la consigna de “una Patria Grande, desde el Río Grande hasta Cabo de Hornos”.
Pero con el paso de los años, hubo muchas versiones de “Patria Grande”, una de las cuáles fue adoptada en clave diferente por la llamada “izquierda nacional” argentina, coto ideológico donde han abrevado montoneros, heterodoxos del marxismo, disidentes del cristianismo, revolucionarios vintage y cuanto hereje de la galaxia progresista uno pueda imaginar.
Tras el ascenso al poder de Néstor Kirchner y de la continuidad de su sucesora, Cristina Fernández, la versión de “Patria Grande” en clave de “izquierda nacional” se volvió ideología de exportación y echó raíces en gobiernos populistas de otras latitudes, al punto que en la actualidad la muletilla ideológica forma parte del vocabulario habitual del presidente ecuatoriano Rafael Correa y desde hace años integra el argot del chavismo, aunque bajo una nueva modalidad propia: la “Patria Grande Socialista”.

Integración ideológica


Así las cosas, en ese contexto de integración ideológica a paso ganso, la experiencia del Mercosur está en su peor momento.
Olvidadas las frustradas experiencias integradoras de ALALC y de ALADI –con acuerdos que sobrevivieron 40 años en estado vegetativo- las renovadas esperanzas que el Mercosur generó en la década de 1990 en los ambientes integracionistas, quedaron truncas en menos una década cuando el “progresismo patriagrandista” tomó el relevo.
El 26 de marzo de 1991 en el Tratado de Asunción, los creadores del Mercosur se comprometieron a asegurar la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países asociados, establecer un arancel externo común y adoptar una política comercial común, coordinar las políticas macroeconómicas y sectoriales entre los Estados partes y la armonización de las legislaciones para lograr el fortalecimiento del proceso de integración.
Luego de 22 años de vigencia, existe un arancel externo común que sólo protege intereses de los socios grandes, y está permitida la libre circulación de los ciudadanos del bloque, algo que ya ocurría antes de 1991.
O sea, más de dos décadas sin ningún avance sustantivo.
Del bloque regional se sabe tan poco, que 22 años después de su creación se ignora que se lo llama de tres maneras: Mercosur, en los países castellanos, Mercosul, en Brasil y con la voz guaraní Ñemby Ñemuha en tierra paraguaya.
Y la metamorfosis de la criatura ha sido tal, que de tanto llamarlo Mercosur, se olvida que el “Mer” proviene de “mercado”, y damos por sentado que ya podemos hablar de integración política, cuando aún mantenemos entre los socios fuertes discrepancias económicas.
Somos socios para sostener en los foros internacionales que las Malvinas son argentinas, pero cuando hablamos de la negativa argentina al dragado del canal Martín García o de la eterna negativa a la existencia de industria pastera en Río Negro, ¿somos socios?
El estilo progresista de hacer integración, ha fallado.
¿Tanto debió suceder para que el presidente José Mujica se diera cuenta (recién ahora) “que el Mercosur está trancado”?
En tan pocos años, pocos hicieron tanto para que la soñada “Patria Grande” se convirtiera en un aquelarre de individualismos “patriachiquistas”, y se profundizara como nunca la tan denostada “balcanización” que agitaban los demonios del Imperio.
Ni el imperialismo más soez logró, lo que ha consolidado la necedad.

Amores de la Patria Grande



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