La “integración progresista” como
neutralizadora de la “Patria Grande”
Es paradójico ver
que sectores políticos llegados al poder con el ideal de construir la “Patria
Grande” en la mochila, hayan sido los que mayores esfuerzos hicieron para destruir
cualquier atisbo de unión regional o continental.
Con la caída de los
políticos que bautizaron al Mercado Común del Sur (Fernando Collor, de Brasil,
Carlos Menem, de Argentina, Andrés Rodríguez, de Paraguay, y Luis Alberto
Lacalle de Uruguay)- con el acrónimo de “Mercosur”, llegaron en sustitución de
aquéllos, gobiernos de diferente signo ideológico y políticos vestidos con
trajes de “superhéroes integradores” que prometían solucionar el tema si se
cambiaba el talante del acuerdo.
La nueva verdad
revelada era que un acuerdo de integración tal debía dejar de lado la engorrosa
discusión económica, y abordar de lleno la agenda política.
En la agenda
progresista, lo único importante era la integración política.
Y ahí fue cuando
cobró nuevo brío la vieja denominación de “Patria Grande”, un término creado
por el político argentino Manuel Ugarte en un libro que publicó en 1922 (“La
Patria Grande”, ed. Barcelona) en el que defendió como tesis central, la
pertenencia común de las naciones latinoamericanas a una unidad política ideal
entre los diferentes países del continente.
Ugarte, que había
roto con el Partido Socialista de Argentina en 1909 y reingresado a instancias
de Ernesto Palacios en 1935, al año siguiente terminó expulsado por diferencias
insalvables con el internacionalismo revolucionario y en 1946 adhirió al
peronismo, de cuyo gobierno fue diplomático hasta casi el final de sus días, en
diciembre de 1951.
Manuel Ugarte |
Por el sentido
ecuménico del término, la idea de “Patria Grande” nació asociada a la siembra
política los libertadores de la independencia hispanoamericana, como San Martín
y Simón Bolívar, entre los principales, sin olvidar a José Artigas, a quien
Ugarte reivindicó como prohombre de aquella Patria del Ideal, en una visita que
hiciera a Montevideo, en 1912.
Su concepto de
“Patria Grande” luego echó raíces en el nacionalismo revisionista argentino y
fertilizó en el humus del peronismo, donde la idea cobró brío, y se convirtió
en un comodín ideológico que contaminó circuitos nacionalistas de otras
latitudes del continente, bajo la consigna de “una Patria Grande, desde el Río
Grande hasta Cabo de Hornos”.
Pero con el paso de
los años, hubo muchas versiones de “Patria Grande”, una de las cuáles fue
adoptada en clave diferente por la llamada “izquierda nacional” argentina, coto
ideológico donde han abrevado montoneros, heterodoxos del marxismo, disidentes
del cristianismo, revolucionarios vintage y cuanto hereje de la galaxia
progresista uno pueda imaginar.
Tras el ascenso al
poder de Néstor Kirchner y de la continuidad de su sucesora, Cristina
Fernández, la versión de “Patria Grande” en clave de “izquierda nacional” se
volvió ideología de exportación y echó raíces en gobiernos populistas de otras
latitudes, al punto que en la actualidad la muletilla ideológica forma parte
del vocabulario habitual del presidente ecuatoriano Rafael Correa y desde hace
años integra el argot del chavismo, aunque bajo una nueva modalidad propia: la
“Patria Grande Socialista”.
Integración ideológica
Así las cosas, en
ese contexto de integración ideológica a paso ganso, la experiencia del
Mercosur está en su peor momento.
Olvidadas las
frustradas experiencias integradoras de ALALC y de ALADI –con acuerdos que
sobrevivieron 40 años en estado vegetativo- las renovadas esperanzas que el Mercosur
generó en la década de 1990 en los ambientes integracionistas, quedaron truncas
en menos una década cuando el “progresismo patriagrandista” tomó el relevo.
El 26 de marzo de
1991 en el Tratado de Asunción, los creadores del Mercosur se comprometieron a
asegurar la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre
los países asociados, establecer un arancel externo común y adoptar una
política comercial común, coordinar las políticas macroeconómicas y sectoriales
entre los Estados partes y la armonización de las legislaciones para lograr el
fortalecimiento del proceso de integración.
Luego de 22 años de
vigencia, existe un arancel externo común que sólo protege intereses de los
socios grandes, y está permitida la libre circulación de los ciudadanos del
bloque, algo que ya ocurría antes de 1991.
O sea, más de dos
décadas sin ningún avance sustantivo.
Del bloque regional
se sabe tan poco, que 22 años después de su creación se ignora que se lo llama
de tres maneras: Mercosur, en los países castellanos, Mercosul, en Brasil y con
la voz guaraní Ñemby Ñemuha en tierra paraguaya.
Y la metamorfosis
de la criatura ha sido tal, que de tanto llamarlo Mercosur, se olvida que el
“Mer” proviene de “mercado”, y damos por sentado que ya podemos hablar de
integración política, cuando aún mantenemos entre los socios fuertes
discrepancias económicas.
Somos socios para
sostener en los foros internacionales que las Malvinas son argentinas, pero
cuando hablamos de la negativa argentina al dragado del canal Martín García o
de la eterna negativa a la existencia de industria pastera en Río Negro, ¿somos
socios?
El estilo
progresista de hacer integración, ha fallado.
¿Tanto debió
suceder para que el presidente José Mujica se diera cuenta (recién ahora) “que
el Mercosur está trancado”?
En tan pocos años,
pocos hicieron tanto para que la soñada “Patria Grande” se convirtiera en un
aquelarre de individualismos “patriachiquistas”, y se profundizara como nunca
la tan denostada “balcanización” que agitaban los demonios del Imperio.
Ni el imperialismo
más soez logró, lo que ha consolidado la necedad.
Amores de la Patria Grande |
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