domingo, 13 de octubre de 2013

Politica


Casa Grande

 Sebastián B., un dirigente nacionalista que no pasaba los 25 años escribió en su cuenta de twitter “¡Qué lindo qué es ser blanco!”, repitiendo un santo y seña que en los ´1970 popularizó Wilson Ferreira en uno de sus inflamados discursos.
“Diga Partido Nacional, mijo...Partido Nacional”, le corrigió con otro tuit de inmediato y con severidad Antonio L., referente blanco de un pequeño pueblo del Interior profundo y trabajador del país.
Bandera del Partido Nacional en la actualidad
“Tiene razón, don Antonio, viva el Partido Nacional”, se corrigió Sebastián B. en un tercer tuit, aunque para no dar del todo el brazo a torcer, se valió de otro latiguillo popularizado por Wilson al cierre de su último discurso parlamentario antes del golpe de Estado de 1973.
El intercambio tuitero ocurrió en agosto de 2013 y zanjo para ambos un entredicho político silencioso y oscuro, que desde hace años se sostiene al interior de las tiendas blancas.
La corrección de Antonio L. formulada en ese universo de textos breves, fue una observación pertinente en lo conceptual, pero poco contribuyó a despejarle incógnitas al lego.
De seguro, la corrección y el retruque no ayudaron a instruir a los profanos que escatimaron en el pequeño tiroteo, y de pronto, hasta Sebastián B. se quedó sin comprender demasiado cual fue la naturaleza de su error.
En el lenguaje político corriente es común aceptar que “blanco” y “Partido Nacional” (incluso hay gente que aún dice “Partido Blanco”) son lo mismo -cuando no es así-, confusión que fermenta tanto el santoral y el calendario sagrado del nacionalismo, como en su literatura épica.
Sin embargo, en el Partido Nacional militan ciudadanos de muy diversa procedencias históricas, y de una amplia diversidad ideológica.
Hay blancos, naturalmente que si, pero además trabaja gente que no se siente “blanca” y en cambio prefieren definirse como “nacionalistas”, “nacionales”, “independientes” o “blancos independientes”, “saravistas”, “herreristas”, “wilsonistas”, por apenas citar algunos casos, sin contar quienes provienen de otras colectividades partidarias y optan por mantener la identidad de su vieja pertenencia, a pesar de que ahora afinquen en el Partido Nacional.
Si se observa con detalle, se advertirá que esta colectividad es una como casa con múltiples habitaciones, donde convive una familia grande y diversa.
Y la casa grande, paradójicamente, es un espacio que a pesar de ser nominalmente monocolor, da cobijo a una multitud multicromática.
De tal modo, los propios blancos son quienes provocan confusión sobre este amasijo de diversidad que es el Partido Nacional, amparados en la justificación histórica -algo que nunca puede faltar en la conversación de esta colectividad-, en razones de coyuntura, o sencillamente porque es mejor utilizar una simplificación nominal.
En una época de grifas y marcas, es clarificador identificarse por un color, y desde el punto de vista ideológico se trata de una denominación lo suficientemente ambigua como para no entrar en honduras que puedan restar.
Si un partido político es una maquinaria de reclutar voluntades y sufragios, en última instancia aquí valdrá aquello del refranero de “no aclare, que oscurece”.
Sin embargo, como el objetivo de estas líneas es despejar incógnitas antes que profundizarlas, la invitación será a recorrer los sótanos y las trincheras de esa Casa Grande, que es el Partido Nacional, con la secreta pretensión de descubrir que queda del viejo acervo y que derrotero puede esperarse de esta colectividad para lo que resta del siglo XXI.

(primera nota de varias)